Hombre Eterno

El Hombre Eterno es posiblemente uno de los primeros mutantes de la Tierra. Ha vivido innumerables vidas desde hace milenios y padecido innumerables muertes, tras cada una de las cuales ha vuelto a renacer sin recuerdos de su existencia pasada.

Una de sus últimas encarnaciones fue la del industrial Morgan Hardy, cuya vida comenzó al renacer en las ruinas de San Francisco tras el gran incendio ocurrido en la ciudad en 1906. Hardy consideraba que su “madre” era la ciudad de San Francisco, y veía con indignación como los cambios de la sociedad la mancillaban. Así, utilizó su fortuna para construir una réplica de la ciudad, tal como era durante los primeros años del siglo XX, en Marin, California. También tomó bajo su custodia al hijo de su difunto chófer, Clifford F. Michaels, el cual creció admirando el mundo idílico que Hardy había creado, y se acabó convirtiendo en Turner D. Century, un hombre obsesionado con restaurar la época de comienzos de siglo. Clifford intentó destruir San Francisco como hiciera el incendio de 1906, pero fue detenido por Spiderwoman. La lucha entre ambos se trasladó hasta la ciudad creada por Hardy, y acabó destruyéndola {S-W 33}.

Hardy escapó de la destrucción de su ciudad, y utilizó el resto de su fortuna para llevar a cabo un plan mucho mayor que el de Turner D. Century. Se hizo con un grupo de telépatas a los que conectó a una máquina que aumentaba sus poderes, y con ella comenzó a rehacer la realidad, reconstruyendo los Estados Unidos que había conocido de niño. El Capitán América se enfrentó a él, y Hardy se conectó a la máquina, canalizando su terrible poder psíquico para enfrentarse al Capitán. Sin embargo, una de las telépatas que alimentaban la máquina consideraba que el Capitán representaba a los Estados Unidos, por lo que Hardy se dio cuenta de que al tratar de eliminarle, estaba destruyendo el país que pretendía salvar. Entonces Hardy volvió el poder de la máquina hacia él mismo, muriendo en el acto junto a algunos de los telépatas conectados a ella {CA 264}.

Tres días después de su muerte, el Hombre Eterno renació de nuevo, aunque esta vez algo había cambiado. Debido a la descarga psíquica que lo había matado, ahora era capaz de recordar sus anteriores vidas, lo cual acabó por desquiciarlo. Se quitó la vida de nuevo, pero descubrió con horror que la memoria permanecía, y que el renacimiento que antes tardaba días ahora ocurría en pocos minutos. Desesperado, acudió a la Mansión de los Vengadores para pedir ayuda. Iron Man realizó algunas pruebas, llegando a la conclusión de que su vida continuaría mientras la Tierra existiera. Él pidió que encontraran alguna manera de acabar con su vida, pero los Vengadores consideraban que, aún en el caso de que pudieran, no era correcto matar a nadie. Entonces el niño Hardy abandonó a los Vengadores y se infiltró en la base espacial de Cabo Cañaveral, donde consiguió entrar en un cohete que le condujo hasta el interior del Sol, pensando que de esa manera conseguiría por fin morir para siempre.

Sin embargo, lo que ocurrió fue que el Hombre Eterno comenzó a morir y renacer continuamente en el infernal calor del Sol, en una agonía sin fin, hasta que renació convertido en una criatura hecha de plasma solar. La rabia nacida del dolor de tantas muertes le hizo regresar a la Tierra, donde comenzó a descargar su furia de forma destructiva. Los Vengadores se enfrentaron a la criatura, hasta que un golpe recibido en la cabeza por el escudo del Capitán América le hizo recuperar la memoria. Al hablar a los Vengadores, éstos reconocieron la voz de Hardy, y se dieron cuenta de que se disponía a estallar para tratar de acabar con su vida. Temiendo que la explosión destruyera Nueva York, Thor creó un poderoso tornado que condujo los efectos de la explosión hasta el exterior de la atmósfera de la Tierra. Cuando todo acabó, los Vengadores vieron que el cuerpo de Hardy volvía a recomponerse, aunque esta vez volvía a tener apariencia humana, y no guardaba recuerdos de sus vidas anteriores. Así pues, condujeron al niño hasta los servicios sociales, esperando que su amnesia fuera verdadera, y no estuviera fingiendo {A 218}.